“Vivir siempre como mamá soltera es duro, pero al ver a mis hijos me doy cuenta que ellos son mi hogar y no cambiaría nada con tal de tenerlos a mi lado. A los 17 tuve a mi primera hija y no esperaba volver a ser mamá, pero cuando cumplí 30 sentí que quería gozar esa etapa de nuevo."
"Al no tener pareja, pensé que una manera de poder ayudar y calmar esa sensación era donando mis óvulos. Investigué dónde podía hacerlo y encontré al Instituto, me hicieron exámenes y les conté por qué quería hacerlo. Cuando regresaron con los resultados, un médico habló conmigo y dijo que, a pesar de ser joven, tenía una baja reserva ovárica y no era candidata para donar; pero, si así lo quería, podía acudir a una consulta de valoración para un tratamiento de Reproducción Asistida."
"Lo pensé mucho, pero al final no quise perder la oportunidad. Al finalizar mi diagnóstico, me hicieron una propuesta económica que se elevaba mucho de mis posibilidades, pero no dije que no, y les pedí tiempo para poder reunir el dinero."
"Cuándo logré reunirlo todo estaba muy ansiosa por comenzar el tratamiento, pero las hormonas me cayeron muy mal. El día de la transferencia iba con mucho miedo, incertidumbre y creo que eso influyó en el resultado, todo mi primer ciclo lo hice con mucho temor y, como era de esperarse, no resultó. Me sentí muy mal, no entendía por qué si había hecho todo como me lo indicaron, no funcionó; y después el doctor me recomendó tomar terapia emocional, definitivamente eso me cambió la vida"
"La segunda transferencia la sentí totalmente diferente, fue más emotiva, ya no estaba esperando nada, solo disfrutaba de ese momento, viendo como me colocaban a mis embrioncitos. A las dos semanas me llamaron para confirmar que estaba embarazada, un momento mágico. Ahora puedo pasar más tiempo en casa con mis hijos, y me doy cuenta que no haría nada diferente, porque tener a mis tres hijos conmigo es la mejor bendición que me pudo conceder la vida”.